Veintitrés años han transcurrido desde aquel funesto 11 de abril de 2002 cuando la revolución bolivariana, dirigida por el Comandante Hugo Chávez Frías, se vio rebasada por una crisis política que lo desalojó del poder por un lapso de cuarenta y seis horas mediante una acción violenta gestada por sectores extremistas de la sociedad, el gobierno de EE.UU., militares traidores, los medios de comunicación social y el sector empresarial representado por Fedecámaras.
El 11 de abril fue el punto de ebullición de contraposición entre dos visiones de país: el de una oligarquía nacional y transnacional que veía afectados sus privilegios facilitados por la clase política del puntofijismo, y por otro lado la del proyecto bolivariano de inclusión y justicia económica social para las grandes mayorías empobrecidas por los gobiernos cuarto republicanos.
“La batalla final será en Miraflores”, sentenciaron. Pero erraron el cálculo porque no fue allí la batalla final. Pudiendo la burguesía lograr derrocar del poder al presidente Chávez ese 11 de abril de 2002, enseguida el pueblo organizado en conjunto con militares patriotas logró darle un vuelco a la situación y el 13 de abril ya habían restituido en el poder al legítimo presidente de la república bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez en una histórica y gloriosa gesta revolucionaria.
Todos conocemos el transcurso de los sucesivos acontecimientos y existen perspectivas e interpretaciones diversas sobre lo que fue y/o debió ser. No vamos a tocar ese tema aquí. Lo que es pertinente y necesario rescatar es el contenido dialéctico que contiene en sí misma la acertada consigna: “TODO 11 TIENE SU 13”.
El 11 de abril de 2002 quedó en el imaginario del pueblo como una realidad terca de la burguesía y sus aliados extremistas de perpetrar actividades conspirativas a fin de tomar el poder para conservar sus intereses de clase; y el 13 de abril como un muro de respuesta de las masas organizadas para contrarrestar cualquier intento de revertir la revolución bolivariana. Es un simbolismo de la lucha de los contrarios, de la lucha de clases para preservar las raíces del gobierno popular y avanzar hacia la profundización de la causa revolucionaria. El 11 y el 13 son dos elementos de un mismo proceso histórico.
Los que representan el 11 de abril (Fedecámaras y la extrema derecha) no han abandonado sus intenciones de hacerse del poder. Sus objetivos siguen siendo los mismos, sólo que han cambiado los métodos, han combinado diversas formas de lucha y se han dividido los escenarios de actuación tanto en lo político como en lo económico. El cómo ha variado. El 13 sigue siendo el poder originario, el pueblo. Pero hay un tercer actor, la dirigencia política que rige los destinos del país también ha cambiado el cómo hacer revolución y ha concertado una relación contranatura, en una especie de alianza de una sola vía, con el sector empresarial que lleva en sus genes la naturaleza del alacrán, y ha efectuado concesiones que afectan dramáticamente a los sectores más desfavorecidos de la población.
Actualmente Fedecámaras y demás aliados de la burguesía viven su 11 de abril. A decir de sus voceros tienen gran influencia en la formulación de políticas públicas económicas, sociales y laborales. Han logrado imponer la tesis, según la cual son los aumentos salariales los responsables de la inflación, se han apoderado de la renta petrolera por la vía de la entrega de divisas, han desregularizado las conquistas de las y los trabajadores, han bonificado el salario, han congelado los salarios y pensiones, tienen excepción de tributos.
Uno de los voceros empresariales expresó recientemente: “hemos influido en las políticas públicas del gobierno…pero queremos ir en el ascensor hasta el piso 20” qué habrá en el piso 20?
Que no olvide la burguesía y sus aliados que es sociológicamente cierto que “TODO 11 TIENE SU 13”
¡HACIA UN NUEVO 13 DE ABRIL ¡